La cantera está estos días en boca de todos, por ser la temporada con más presencia de jugadores formados en la casa de los últimos años y, más recientemente, por las dificultades en la renovación de uno de sus principales activos: Javi Saura. No se me ocurre mejor momento para recordar a uno de los futbolistas más importantes que ha dado la cantera murcianista: Juan Antonio López Gallego.
Nacido en la Carretera de la Fuensanta su padre, huertano, tenía un cultivo de apio en Patiño. Entró en las bases del Real Murcia en categoría infantil y es un caso por desgracia extraño en la historia grana: desde allí llegó a disputar 133 partidos con la elástica del primer equipo. Extremo izquierdo habilidoso, de los que buscan constantemente la línea de fondo y disfrutan más de una asistencia que de un gol propio, disputó 4 temporadas consecutivas con la grana en 2ª División hasta recibir una llamada irrechazable, la del Atlético de Madrid de Ufarte, Luis Aragonés, Gárate o Adelardo.
A la vera del Manzanares tardó poco en pasar a la historia rojiblanca ya que en su primera temporada, repartiéndose la titularidad con Irureta, se proclamó campeón de Liga disputando 21 de los 30 partidos del campeonato. Era el sexto título para el conjunto madrileño. Al año siguiente en cambio el entrenador francés Marcel Domingo perdió radicalmente la confianza en el murciano, pese a su gran rendimiento en la campaña anterior, por lo que al final de año eligió entre las diversas opciones de las que disponía, y se marchó rumbo a Nervión para defender durante dos campañas al conjunto sevillista.
En la capital andaluza coincidió con otra leyenda grana, “Tito” Pazos, y fue indiscutible ambas temporadas, la última en Segunda División tras el descenso de categoría. Aún se recuerda su partidazo en el Manzanares en la 71/72, en el que el Sevilla venció por 0-2 al Atlético de Madrid lo que supuso, cosas de la vida, la destitución de Marcel Domingo, el técnico que le relegó al ostracismo en su segunda temporada en Madrid.
Su periplo en Sevilla llegó a su fin cuando el que era su técnico en Nervión, Juanito Arza, firmó por el Celta de Vigo: lo primero que hizo fue descolgar el teléfono para convencer al murciano que en ningún sitio iba a estar mejor que en tierras gallegas. En Vigo no pudieron disfrutar del mejor Juan Antonio, quizá porque él nunca llegó a acostumbrarse a la vida del norte y porque lo que el cuerpo le pedía era volver a casa. Años después confirmó este extremo en unas declaraciones a la prensa murciana: “No es que no me gustara Galicia, no. Es que llovió casi sin parar tres o cuatro meses seguidos. Mi mujer me decía -¿Cuándo nos vamos?- Salíamos lo mínimo y volvíamos para el piso, estaba loco por volver a Murcia”.
Curiosamente en la última jornada de aquella temporada el Real Murcia consiguió la permanencia en Vigo ante un Celta ya salvado. Al extremo, al que el entrenador no sacó a jugar quizá consciente de sus sentimientos, se le vio inquieto, nervioso, de un lado para otro todo el partido. Años después el ya veterano ex -jugador disipó las dudas sobre su comportamiento aquella tarde: “¿Que quién quería que ganase? Pues el Murcia que lo necesitaba, el Celta ya estaba salvado”.
Sul última temporada en la élite (74-75) la vivió, como deseaba, en el Murcia de sus amores al que defendió por primera vez en la máxima categoría. En años posteriores jugó para el Yeclano y el CD Molinense, donde colgaría las botas un murciano, murcianista, del que pudo disfrutar la grada de La Condomina.
PD1: Tras su retirada fue entrenador de la selección murciana juvenil y del Imperial, además de dedicarse a la gestión de varias tiendas de deportes.
PD2: Su carrera tiene cierto paralelismo con la del José Luis Borja, que fuera portero del Real Madrid y el Espanyol. Canteranos, iniciaron su carrera en el Murcia y marcharon casi a la vez, ambos para proclamarse campeones de Liga. Eran amigos y se les veía con frecuencia en los viejos Billares Segura de la Gran Vía.