Esta semana de noviembre nos ha dejado una autentica leyenda grana, y también herculana. Y es que José García Campillo tuvo tiempo de dejar huella en ambas ciudades.
Nacido en una familia de pescadores, en Guardamar del Segura, llegó al fútbol casi de casualidad. Con un físico privilegiado y moldeado por su actividad en el mar pronto serían célebres sus actuaciones en los bolos que organizaba en las playas de su localidad. Tanto que eran frecuentes las discusiones por jugar en el mismo equipo que él.
Así pues era cuestión de tiempo que alguien se percatara del diamante en bruto que se estaba perdiendo el fútbol y el Novelda fue el más rápido. Le propuso jugar un partido de prueba y lo hizo frente al Alcoyano, por aquel entonces en Primera División. Le sobraron 45 minutos: Al descanso ya se había tomado la decisión de contratarle, pese a no haber cumplido aún los 18 años.
Solo jugó una temporada allí, ya que al finalizar la 1952-1953 el principal equipo de la provincia, el Hércules de Alicante, se hizo con sus servicios. Allí permaneció siete temporadas, debutando en la máxima categoría y haciéndose un hueco en el fútbol profesional para, tras un breve paso por el Xerez, llegar al equipo donde pasó los mejores años de su carrera: El Real Murcia, que si algo ha tenido historicamente es olfato para los porteros. Después del Alicantino se ha disfrutado en la entidad pimentonera de gente del nivel de José Luis Borja , Amador o Andreas Reinke.
Posteriormente vivió grandes momentos en el Betis, incluso llegó a ser convocado para la selección nacional junto al histórico guardameta del Barcelona Salvador Sadurní, aunque no llegó a debutar, pero no hubo nada en su carrera como el día del que os quiero hablar hoy. El día en el que Campillo revolucionó la ciudad, en La Condomina, frente al Levante UD. Y es que unos cuarenta años antes de que Acciari saliera a hombros del templo grana, ya lo había hecho el fornido guardameta, consiguiendo también un ascenso en el mismo escenario y contra el mismo rival.
Fue una temporada complicada la 1962-1963, el fútbol no era brillante y el entrenador, José Llopis, fue cuestionado durante toda la campaña pese a los buenos resultados. El juego era espeso, costaba mucho hacer gol. De hecho 21 de los 32 equipos que disputaban la categoría anotaron más goles que el equipo pimentonero, que ofensivamente vivía fundamentalmente de un ya mermadísimo Ramón Marsal o el emergente Luis Lax, pero que basaba su fuerza en una gran defensa y el que sin duda fue aquel año el mejor portero de la categoría. Solo 20 goles encajados en los 30 partidos disputados, menos que cualquier equipo de las dos primeras categorías, dan fé de ello.
En esas circunstancias se llegó a la última jornada frente al poderoso Levante UD, que tras el polémico fichaje de brasileño Wanderley (por aquel entonces no se permitía a extranjeros disputar la Segunda División), había realizado un tramo final de la temporada espectacular. No en vano el de Rio de Janeiro (que, por cierto, finalizó su carrera en el Hércules) anotó 11 goles en menos de media temporada. El partido se disputaba en La Condomina, y al equipo local le valía el empate para conseguir el ascenso. El derrotado tendría que conformarse con la promoción.
El campo de La Puerta de Orihuela registró el mayor lleno que se recuerda, unas 25.000 personas de las que 5.000 llegaron de Valencia. En las hemerotecas, incluso del diario Marca que al día siguiente abrió en portada con este encuentro, pueden ver las espectaculares imágenes en las que decenas de personas se encaraman a los postes del alumbrado para poder disfrutar del espectáculo ataviados con un parasol, una suerte de gorro de cartón.
El Murcia comenzó dominando y a los 10 minutos Lax, en plancha y de cabeza, destrozó el entramado defensivo levantinista, que había salido incomprensiblemente a especular pese a que el empate no le servía para nada. A partir de ahí mucho sufrimiento y un pescador alzándose para siempre a los altares del murcianismo. Antes del descanso tuvo que responder con dos soberbias paradas a disparos de Serafín (que años después brillaría de grana) y Wanderley e incluso abrazar la fortuna cuando el brasileño estrelló el balón en la cruceta y este botó sobre la línea de gol.
En la reanudación otras tres paradas de mérito hasta que el Levante consiguió merecidamente el empate por medio de Domínguez, que remachó a placer una jugada de Wanderley.
Restaban 15 minutos y un gol le daba al Levante la plaza de ascenso directo. El asedio fue constante y a Campillo aún le faltaba por realizar su parada más recordada, de la que más se habló los días posteriores. A punto de cumplirse el tiempo reglamentario Serafín se zafó de su defensor y remató a bocajarro, pero el de Guardamar ahogó sus últimas esperanzas con una parada inverosímil.
Al finalizar el encuentro la afición invadió el terreno de juego para celebrar con los futbolistas el ascenso. Campillo, aún vestido de futbolista, fue sacado a hombros del estadio y conducido a la sede que el club acababa de estrenar en la plaza de Santo Domingo, donde actualmente se encuentra una famosa hamburguesería, lugar de celebración del momento.
51 años después, José García Campillo sigue siendo el protagonista de uno de los días más felices del murcianismo.
El once grana de aquel día fue: Campillo, Álvarez, Aznar, Dauder, Martínez, Paz, Lax, Vicedo, Marsal, Lalo y Monóvar.
El once herculano de aquel día fue: Rodri, Calpe, Boixet, Pedreño, Céspedes, Vall, Camarasa, Castelló, Serafín Wanderley y Domínguez.